Hoy: Línea 168.
Barrio de Almagro. El interno de color blanco le dice un imaginario ‘chau’ a Pringles y gira hacia la izquierda por Corrientes. Hasta hace poco, el color de la línea era rojo, pero por cuestiones empresariales que no permanecen ajenos al mundo-colectivo, ellos también se ven obligados a sufrir, cada tanto, alguna metamorfosis.
En la media tarde de un viernes otoñal, el 168 avanza por la histórica avenida porteña, compartiendo el territorio que no abunda, con automovilistas, taximetreros y representantes diversos de la fauna urbana al mando de un volante.
Si el tránsito, dentro de todo, era fluido, a la altura del Shopping Abasto se empieza a trabar. Arriba de la unidad, la concurrencia es importante. Mucha gente viaja parada. Por la época del año, los abrigos ocupan un espacio extra, por eso, llama la atención un pasajero, que contrastando con el contexto general, está en remera. En los asientos del fondo, tampoco deja de ser llamativa la presencia de un señor de unos sesenta años que lee un libro. Sí, aunque los celulares hace rato que ganaron la pulseada, todavía hay gente que consume libros en el transporte público.
Desde la vía pública, la cartelería arroja sus inabarcables propuestas. Por estar cerca el Día del Padre, se observan promociones a granel. “Él merece lo mejor”, exhorta la promo de un restaurante. En relación a lo gastronómico, en el frente del Shopping un anuncio gigante de una casa de comidas rápidas ofrece combos a 169 pesos. En la misma vereda, vendedores de guantes y gorros intentan que su mercadería no pase inadvertida para los peatones.
Más propaganda. Se viene la Copa América, claro, y el comercio tampoco desea perder ese tren. “Llevate la camiseta puesta”, aconsejan desde un anuncio de gran tipografía.
Acaso en el momento más crítico, un camión descarga vallas amarillas. Sobre Corrientes, las obras en aceras y calzadas se palpan metro a metro. Se sienten los bocinazos, se oye la sirena de una ambulancia y se lee este letrero: “Juntos mejoramos la ciudad. Disculpá las molestias”. Más adelante, otro más: “Peligro. Zanja abierta”.
El colectivo, dificultosamente, llega hasta Pueyrredón y dobla a la derecha. Lo esperan unas siete cuadras circulando por esta avenida. Luego hará un nuevo giro, por Alsina. Ya en el barrio de Balvanera (extraoficialmente denominado “Once”) lo que asombra es la impresionante cantidad de gente que espera en las paradas, así como el número de vendedores -de raza negra, en su enorme mayoría- dispuestos en ambas márgenes de Pueyrredón. Pese al gentío, el chofer no pierde tiempo y se encamina hacia Rivadavia. A la distancia, una pizzería al paso brinda una apetecible oferta: “Empanada 35. Muzzarella 50”.
En Alsina, la unidad, lentamente, comienza a despedir pasajeros. Una ciclovía incide para que los conductores deban avanzar casi como en fila india. Pero el tránsito, no obstante, no pierde fluidez. Al 2100 de esta calle, sobre mano izquierda, una inscripción informa que el lugar en cuestión -un centro cultural- se llama “La Grieta”.