Hoy: Línea 98.
Apenas pasadas las 10 horas de una mañana de octubre. Cielo seminublado y una temperatura de unos 15 grados que preanuncia la llegada de días calurosos. La sensación aún es de calma, en una ciudad ya ha comenzado a ponerse en marcha. El colectivo transita la Avenida 9 de Julio. Es el interno 75. Ya superó el Obelisco, y va rumbo a Constitución. El interior está casi vacío.
En la parte trasera de un asiento individual, garabateado en marcador negro, figura esta incripción: Midland. Un cartel sobre las ventanillas de la derecha dice: “Llegó la nueva radio. Noticias las 24 horas, bajate la App. 101.9 FM”. El movimiento arriba del coche es escaso. Una chica se baja, otras dos suben. El chofer continúa su recorrido sin mucha ceremonia. Va rápido por el Metrobús. La sensación de velocidad se acentúa mientras pasa junto a los carriles exclusivos, con pasajeros de otras líneas y automovilistas a un costado, como meros espectadores. Desde Corrientes hasta el túnel que antecede a Plaza Constitución transcurren no mucho más de cinco minutos. En el túnel, la oscuridad momentánea envuelve el interior del vehículo. Por unos segundos, no se ve prácticamente nada.
La ciudad no parecía estar en su pleno ritmo aún. Pero en Constitución, la cosa cambia. El vehículo se detiene y, desde las puertas, se observa la gran aglomeración de personas que espera. Largas colas se han formado en diferentes refugios, aunque a este interno del 98, suben menos de diez personas.
Los contrastes de Buenos Aires son evidentes. El conductor se coloca sobre Gral. Hornos, gira en la Avenida Caseros y pasa por debajo del puente de la Autopista 1 Sur Presidente Arturo Frondizi. Frente a la plaza ubicada frente al Hospital de Pedriatría Pedro de Elizalde –conocido como Casa Cuna-, se ven personas en situación de calle, arreglándose con lo poco que tienen. Mientras tanto, en el otro lado de la calle, un cartelón anuncia que allí se levantará una tremenda torre con piscina y demás comodidades, una construcción imponente, casi fuera de lugar en medio de la miseria que yace en su sombra. Es un contraste que parece encapsular la disparidad de la ciudad: la modernidad y el abandono conviviendo en espacios tan cercanos.
El colectivo toma Montes Oca, ya en el barrio de Barracas. El eco del tráfico resuena entre los edificios, mientras en los comercios de rubros diversos –los hay en nutrida cantidad en este sector del barrio- la gente va levantando las persianas. Adentro del 98, el ruido del motor se impone sobre el murmullo de los pasajeros. Alguien habla por teléfono, pero su voz se pierde entre los ruidos mecánicos. Suben dos personas, baja una. La rutina sigue su curso, inmutable.
Siempre por la misma avenida, el vehículo atraviesa Barracas. Unas veinte cuadras después de Caseros, el giro a la derecha y una estación de servicio, indican el cruce con Osvaldo Cruz y la subida al Puente Pueyrredón. Los confines de la Capital Federal están a la vista. No habrá más paradas hasta llegar a Avellaneda.
En el límite entre CABA y la Provincia de Buenos Aires, el horizonte cambia, el paisaje se despliega con una mezcla de edificios, fábricas y un Riachuelo que por unos instantes, se verá a derecha e izquierda.