Hoy: Línea 140.
Las ocho de la noche de un día laborable no es el mejor momento para subir a un colectivo que toma Córdoba, si lo que se desea, es llegar pronto a destino. Pero si no cabe otra alternativa que finalmente hacerlo, el 140 surge como una de las opciones válidas. En el Correo Central arranca su recorrido y es por la mencionada avenida, que realiza gran parte de su trayecto capitalino: a Córdoba la transita de punta a punta, por los aproximadamente seis kilómetros de su longitud.
A la altura de Callao, el interior del colectivo está completo. Pasajeros apretujados y rostros serios caracterizan un ambiente con mayoría de público de mediana edad. Estudiantes de nivel terciario y gente que sale del trabajo, son protagonistas, a juzgar por los elementos que portan. También se ve indumentaria que escapa a estas reglas, como ser el de una chica con ropa de gimnasio, que no se mueve del costado de la puerta central, por la cual, por ahora, son pocos los que descienden. La joven, de unos veinte años, tiene un bolso con colores y escudo de Boca Júniors.
En esa puerta una calco de dimensiones generosas invita a descargar la aplicación de “Cuando subo”, la cual señala el horario en el que pasan los colectivos en la Ciudad de Buenos Aires.
El chofer frena de modo brusco. Un chico con uniforme de secundaria, pierde el equilibrio y cae encima de un hombre de entre 40 y 50 años. En cuestión de milésimas de segundo, se incorpora e inmediatamente, pide perdón. Está más que claro que la responsabilidad no fue del chico, pero en estos casos, las disculpas se solicitan lo mismo. Paradójicamente, muchas veces (y ya sin que necesariamente esté implicado el transporte público, aunque a veces sí) cuando en determinadas circunstancias sí se impone un pedido de disculpas, la persona de la que se espera ese gesto, se olvida de hacerlo.
El 140 avanza muy lentamente hacia Pueyrredón. Va por el carril exclusivo que comparte con taxímetros y unas cuantas líneas más. En la Plaza Bernardo, Houssay frente a la Facultad de Ciencias Económicas y junto a al Hospital de Clínicas José de San Martín, se observan ciertos anuncios que aluden a la próxima instalación de un complejo comercial. Términos tan familiares como Village, cine y Mc Donald’s, son claramente visibles desde el colectivo.
Luego de Pueyrredón, de a poco, el ambiente se descomprime: empiezan a bajar pasajeros. A pesar de que todavía está lleno, la chica que viaja junto a la puerta se arregla para ver el facebook sin mayores problemas desde su teléfono. Cosa rara para los tiempos que corren: parado frente a ella, también junto a la puerta, pero del lado opuesto, un muchacho de unos treinta años, no ha sacado su celular en gran parte del viaje.
La velocidad se incrementa. ¿Y qué hay afuera? Sobre Córdoba, en Recoleta y Balvanera, la oferta gastronómica es importante: se ven numerosos lugares para consumir in situ –por ejemplo confiterías- así como comercios donde realizar las compras de la canasta alimenticia. Las verdulerías son, en ese sentido, jugadoras fuertes. Más adelante, en Palermo, será el turno de los negocios de ropa, si bien para cuando el colectivo llegue a esa zona, ya muchos estarán bajando la persiana.
Se vacía un asiento de la fila individual. Dos candidatos a ocuparlo, dudan un instante. La oportunidad es aprovechada magistralmente por el chico de uniforme de colegio, que haciendo un rápido y certero movimiento, pasa por entre ambas personas, logrando sentarse. El pasaje se renueva. Aquellos que ingresen al vehículo, quizás posen su mirada sobre un cartel que no pasa inadvertido. Es el que hace referencia a la prohibición de ascender sin la SUBE, dando a entender que no está permitido solicitarle a otro pasajero que preste su tarjeta para efectuar el viaje.