Yo Digo

BIENVENIDOS AL TREN

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¿Cual es la fascinación que nos produce el paso del tren? ¿Por qué desde niños nos detenemos por lo menos un instante al observar las formaciones ferroviarias? No tengo la respuesta, pero sí puedo referirme a mis experiencias con los trenes, desde que tengo uso de razón. Al vivir a tres cuadras de distancia de la estación Colegiales del  Ferrocarril Gral. Mitre, era habitual que me acercara con mi papá  a ver el paso del tren con sus vagones de color marrón.

En aquel tiempo –finales de la década del Cincuenta- existían en las formaciones, vagones de primera y  segunda clase, éstos últimos, provistos de asientos de madera. El pasaje tenía un costo menor al de segunda clase.

Recuerdo que mis primeros viajes los tuve los domingos de verano, cuando con toda mi familia, tomábamos el tren por la mañana, hacia la estación Borges del posteriormente -en 1961- eliminado ramal Delta, el cual fuera restablecido en 1995, bajo la denominación Tren de la Costa. Al bajar en Borges nos dirigíamos a un predio ubicado sobre la Avenida del Libertador, en Olivos, junto al  Centro Lucense, donde pasábamos el día, hasta caer la tarde.

Allí también podíamos bañarnos, en la costa del Río de la Plata, lo que todavía estaba permitido 60 años  atrás. Claro está, que yo algún momento encontraba para irme del lugar, rumbo a la terminal del colectivo 268 -actual 68-  situada a  unas pocas cuadras, para realizar mis observaciones. La paradoja es  que ésta línea de transportes, en lugar de prolongar su recorrido como tantas otras en la década del Sesenta, redujo su trayecto, llegando sólo hasta Puente Saavedra, a partir de su cabecera de Plaza Once, situación que también se dio con la línea 402 -actual 42-, prolongada desde su cabecera norte, en Avenida del Libertador y  Federico Lacroze, hasta el estadio de River  Plate, y posteriormente a Ciudad Universitaria, pero cortada en su cabecera sur, en  Nueva Pompeya, en lugar del Policlínico de Lanús,   donde se hallaba su anterior terminal.

Volviendo al Ferrocarril Mitre, todavía me acuerdo de la atracción que para  mí significaba el cartel luminoso de la estación Colegiales, indicando si la formación procedente de Retiro se dirigía a Villa  Ballester-José León Suárez, o a San  Isidro-Delta, y especialmente, en el momento en que el cartel se  iluminaba por completo del lado izquierdo, indicando que con el próximo tren, se podía efectuar el  trasbordo en Villa Ballester para tomar otra formación hacia Escobar, Campana y Zárate. Todo este  ritual se repitió más adelante, con mi sobrino Pablo y mi hijo Eduardo, al igual a cómo había sucedido con mi papá  y conmigo. Era todo un acontecimiento el paseo a la estación, para observar, ya sea los  trenes locales, así como los añorados de larga distancia, por ejemplo, El  Rosarino, el Estrella del Norte o  el Rayo de Sol.

En todas las líneas dejaron de circular estos servicios, salvo algunas excepciones, que volvieron con  frecuencias menores. Recuerdo a El  Zonda y El  Libertador en el Ferrocarril San  Martín, el Cinta de  Plata en el Ferrocarril Belgrano, el Gran Capitán en el Urquiza, el Marplatense, el Neptuno, el Estrella del  Valle, el Expreso del Sur, el Lagos del Sur, el Tronador en el  Ferrocarril Roca, y varios más.

Hasta aquí, mis recuerdos. Tal vez algún día la red ferroviaria argentina vuelva a ser la de 1960, en su momento de máxima extensión, con 44.000 km. Ahora, cuenta solamente con 19.000.

Andrés Rosen

Foto: Jorge Ferrando/trenes2.tripod.com.

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