Eduardo Marangone tiene 83 años; su esposa María Elena, 82. Se casaron en 1958, luego de noviar nueve años. Desde entonces, habitan una vivienda con local a la calle en Zabala entre Martínez y Conde. El negocio, es una tienda y mercería que está cumpliendo ¡cien años! Es que antes de que el matrimonio se hiciera cargo, la tienda pertenecía a Juana, la madre de María, quien falleció en trágicamente: la atropelldó un tren en la calle Girardot, en Villa Crespo.
De este modo podría sintetizarse la histoira de Casa Mary y sus propietarios. Pero harían falta muchos más datos para tener una noción de lo que ellos significan para nuestro barrio. En una entrevista que les hiciéramos un mediodía otoñal, le contaron a Colegiales Querido parte de esta rica historia. Así supimos, por ejemplo, que se conocieron en una vieja calesita ubicada en Loreto entre Conesa y Zapiola. «Yo llevaba a un sobrinito y él estaba ahí, porque los muchachos siempre iban adonde solía haber chicas», señala María, pícaramente. «Nos pusimos de novios en un baile del club Juventud de Belgrano», acota Eduardo, que nació en Crámer «del otro lado de la vía, ahí donde antes era Belgrano», explica, para que se entienda que aquella cuadra era la que limita con la plaza Portugal. «Pero cuando la conocí a ella, me había mudado a Olaguer 2959. Al casamos, vinimos a vivir acá». Producto del amor nacieron Guillermo y Ana María, que a su vez les dieron cuatro nietos, dos varones y dos nenas.
«Mi mamá era árabe, nació en Trípoli (capital de Libia) y vino con mi papá a la Argentina de recién casados. Vivieron un tiempo muy corto en Villa Crespo. Ahí empezó a vender en una canasta por la calle, ni siquiera sabía el idioma», cuenta María. Y agrega: «Le ofrecieron un terreno acá, esto era casi todo campo. Compraron y empezaron a construir. Primero dividieron propiedad en dos. Una parte para vivienda y otra para negocio. Más adelante edificaron en el fondo y esto quedó solo como negocio».
A pesar del paso del tiempo, el rubro sigue siendo el mismo. El aspecto del local, intuimos, tampoco varió demasiado. Lo que sí cambió es la situación comercial, con respecto a los tiempos de prosperidad. Entonces, la narración de la historia familiar se cubre de la preocupación provocada por la caída de las ventas. Tanto, que cuando los consultamos sobre la marcha del negocio, responden: «Anda mal. Hay semanas donde directamente no entra nadie. Antes yo iba a Once dos veces por semana a reponer mercadería. Hoy ya no voy. Creo que hace ya seis meses», confiesa la señora. Su esposo explica: «La mejor época acá fue la de Perón. Cuando la clase trabajadora tiene plata, gasta. Pero si la plata la tienen los ricos, guardan. Es más o menos así. Simple».
Pase a la triste actualidad comercial al matrimonio se lo ve vital y saludable. «El que anda con un poco de plata prefiere ir al shopping. Las mercerías ya casi no existen. La gente no cose. A mí me gustaría vender el stock que me queda y cerrar -dice ella-. Me dijeron que se podía hacer por Internet pero nosotros no tenemos. Ni siquiera usamos celular. Vamos a ver si la familia nos puede ayudar con el tema de la tecnología». En el local se vende ropa de mujer; y de hombre, sólo calzoncillos y medias.
«Hace algunos años me ofecían vender todo esto, la casa inclusive. Era buen dinero. Querían poner un restaurante. No aceptamos. Yo amo Colegiales y dije que de acá me sacan sólo con los pies para adelante. En ese momento las cosas andaban más o menos bien. Después, me arrepentí», comenta María, que insiste con que le gustaría bajar la persiana: «¿Para qué seguir? ¿Para estar presa de un horario?» Su marido asiente. «Ahora aumentó la luz un 150 por ciento. Ya está. Nosotros tenemos la jubilación y con eso nos alcanza».
Son las 12. Hora de cerrar. Amablemente, nos acompañan a la vereda. Por Zabala pasan escasos autos y apenas se ven peatones. Recién por la tarde, Casa Mary volverá a abrir. La antigua puerta de doble hoja se cierra con llave. Atrás, se esconden cien años una historia que no merece hundirse en el olvido.