Por Raquel Selzter
Oí tu voz, un sonido, una luz, pidiendo perdón, diciéndome levemente cuánto me querías. Y entonces sufríamos nosotras al unísono y nos regocijábamos por nuestro encuentro, porque todo había pasado, pero el dolor no. El amor podía vencer al llanto.
Voy a intentar hablar sobre una película, La Tregua. No me resulta sencillo, sólo sé que estuvo nominada para el Oscar. Habla sobre un encuentro entre dos personas, un hombre cincuentón y una joven veinteañera. Eso demuestra que el amor es uno, no tiene edad, vincula a dos seres distintos, es un sentimiento infinito que está más allá de las diferencias entre los seres humanos.
Las flores blancas descansan en un jarrón veteado, sus tallos espigados en él reposan, yo compré un ramillete de jazmines para ofrecértelo y tu lo recibiste con emoción, mientras tu sonrisa iluminaba tu cara enamorada.
Vivo ahora con fe, sueño con verte mamá, con tus canciones me arrullaste, viví simplemente y en cada segundo de existencia rogué a Dios que no te llevara de mi lado, para que tu sabiduria no se perdiera en el aire llevada por el viento hacia el más allá.
Me pregunto por qué no tengo tu foto aquí, recuerdo que nos veíamos con Alfredo los sábados, y nunca olvidaré a tu madre Gertrud, ni a Inés, tu hermana. Tu las querías y admirabas como el niño grande que eras.Veo a tu sobrina, Pupi, en su casamiento, hermosa como una paloma blanca volando hacia su destino de felicidad, bailando el vals con Jorge su enamorado, y con el querido Moisés, su padre. También, volviendo la vista atrás, se me aparece la imagen de la pequeña Débora, la alegría del hogar que formaron, y que hoy están lejos en la distancia, pero junto a mi corazón. Sólo sé que siento un gran amor por todos, y rezo siempre por su bienestar.
Hoy es nuevamente domingo y el sol asoma por la amplia ventana de mi hogar, la que me permite que sienta su tibieza rozando mi cuerpo y mi cara, ruego que me permita ser fuerte para capear los malos momentos del destino.