Recuerdos aparecen en mi mente, de épocas pasadas, cuando trabajaba en la Provincia de Buenos Aires. Eran tan duras las inclemencias del tiempo que en algunas oportunidades, sola o acompañada, por mi madre me subía a un colectivo y llegaba a destino. Había que tener juventud, esperanza, fe en uno mismo y en los demás. Todo cumple un ciclo: nacer, crecer, reproducirse y morir es normal. Hay que, según un dicho, plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo.
Como el arco iris, mis flores muestran todo su esplendor, yo las observo día tras día, y admiro en ellas la belleza con que Dios las dotó. Están erguidas ahora. Este ramito de capullos pequeños mañana estará mustio y seco, sin vida.
Maternidad, dulce amanecer, claridad del día, un retoño, pequeño clavel que es un rosal sin espinas. Cada día que transcurre nazco y muero un poco, como los pájaros, las flores y todo lo vital, también lo etéreo, y así pasa mi tiempo mutando, mutando…
Salgo a caminar, dice una canción. Poco a poco me encuentro más firme, segura, mi amor es infinito, estás donde tengo el corazón, en el centro del pecho. Faltan menos de veinte días para el comienzo de la estación del despertar a la adolescencia, la primavera; de escuchar el trinar de los pájaros. En ésa época todo se renueva, se olvida el ocre de las hojas caídas y un pequeño capullo o brote se acerca a su madre.
Ana, acaso me envuelve la nostalgia de ver tus ojos claros, de sentir simplemente que eres una hermosa damisela que me consoló hace más de diez años. Te deseo paz y salud, nos vimos solo una vez en casa de tu abuela materna Ester. Rezo por tu bienestar, pequeña.
A Clarita, apodada Lali. Hoy tiembla mi mano al tomar mi pluma para dedicarle unas líneas. ¿Seré torpe yo? Cuánto amor me inspiró usted, admiraba entonces su limpieza casi obsesiva, su gimnasia subiendo y bajando escaleras, su perfección en todo lo que hacía. Usted me pidió un relato y yo me congratulo por complacerla. Qué suerte haberla conocido, autoritaria y buena, firme como el mástil de una bandera y suave como un pompón.
Hoy es nuevamente domingo y el sol asoma por la amplia ventana, ella permite que él me dé calor, que sienta su tibieza rozando mi cuerpo y mi cara; que vuelva a creer en Dios deseo, para soportar los malos momentos del destino.
Raquel Seltzer