En la ciudad pasan cosas, aunque usted no las vea.
Zapiola y Céspedes.
Son cerca de las 10 de la noche del domingo. La gente del edificio se junta en la vereda. No es una reunión alegre ni estaba planificada. Los vecinos se ven obligados a salir porque hay un principio de incendio. Una de los sótanos comenzó a prenderse fuego. Se trata de un pequeño foco, aunque suficiente como para llamar a los bomberos y que, por precaución, todos salgan de sus departamentos. Matías acaba de hacer dormir a sus hijas. Desde la pieza de las nenas, escucha el sonido del portero eléctrico, pero no le da bolilla. Tal vez sea equivocado, cómo tantas veces, piensa. Sin embargo, pronto la esposa, sobresaltada, lo arranca de su estado de calma. En este caso, el timbrazo tuvo un motivo concreto. “Tenemos que bajar, parece que hay un incendio”, dice Gisella. Esto equivale a despertar a las nenas, que sólo unos minutos atrás terminaban de conciliar el sueño. Ellas no entienden nada, pero ya habrá tiempo para explicaciones. Ahora, sólo es necesario salir. El matrimonio y sus hijas ganan la calle con lo puesto. Por las dudas, Gisella agarró una bolsita con unos pesos que encontró en el comedor. “No sea cosa que las llamas lleguen hasta casa y se queme la plata”, imagina, en su desesperación.
En la vereda se encuentran con 20 o 30 personas. Predomina el nerviosismo, la preocupación. Matías intenta contener a su familia, mientras averigua detalles de lo sucedido. Al ver el panorama, sin comprender demasiado, una de las nenas se pone a llorar en brazos de Gisella. El papá procura quitarle dramatismo a la situación: “Mirá, hay un señor que se sacó la remera y se la puso en la cabeza”, dice haciéndose el sorprendido, como para distraerla.
Llegan los bomberos. Van hacia el sótano. Más vecinos del barrio quieren saber qué ocurre. Unos minutos más tarde, el fuego está extinguido. Finalmente no fue tan grave porque el foco ígneo se detectó a tiempo. Eso sí, podría haber sido mucho peor. Viejos cables originaron un cortocircuito y pasó lo que pasó. Queda en evidencia que todo se desencadenó por el mal estado de mantenimiento en el complejo habitacional. Un problema acontecido donde viven Matías y Gisella, pero que, según lo expresa un propietario “podría ser común a tantísimos edificios de la Ciudad de Buenos Aires, cargados de dificultades como consecuencia del paso del tiempo, de la negligencia de los consorcistas y de la falta de compromiso de los administradores”. Como sea, no es consuelo: deberán arremangarse entre todos, para solucionar la cantidad de problemas que fueron acumulándose año tras año. Este ha sido un aviso.
Propietarios e inquilinos regresan a sus hogares. El joven matrimonio lleva a las nenas a sus respectivas camas. Pasó el susto. Se acuestan tranquilas. Ahora sí, a dormir, que mañana hay que ir a trabajar y a estudiar.
(*) Si bien los nombres de quienes protagonizan las historias han sido modificados deliberadamente, las anécdotas son verdaderas.
Foto: la esquina de Céspedes y Zapiola.