Por las calles

42 KILÓMETROS POR BAIRES, UNA GRAN EXPERIENCIA

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En 1989, a los 37 años, comencé a correr. Lo tomé como una actividad más recreativa que competitiva. Lo hacía junto a algunos compañeros de River Plate, club del cual era socio. La paradoja es que en mi adolescencia, en el colegio secundario, trataba de evitar la concurrencia a las clases de Educación Física, buscando motivos para ser exceptuado. Pero paulatinamente, comencé a apasionarme cada vez más por esa actividad a la que llamábamos aerobismo, y que hoy en día, conocemos como running.

De ser una mera recreación, en lo personal fue convirtiéndose en una necesidad cada vez mayor. En un momento dado, procuré incrementar la intensidad de los entrenamientos para así poder participar competitivamente en las carreras de calle de la Ciudad de Buenos Aires. Me inicié en distancias cortas: de ocho, diez, quince kilómetros… y posteriormente, la media maratón, que abarcaba 21 kilómetros. De todas estas competencias, la que mejores recuerdos me dejó es la que organizó la Universidad de Belgrano, con largada y llegada frente a su sede de la avenida Federico Lacroze y Luis Maria Campos. Era un circuito que incluía dos kilómetros a lo largo de Avenida Cabildo y no se cortaba el tránsito, por lo que resultaba todo una aventura correr entre los autos y colectivos.

Llegado a este punto, comenzó a gestarse en mi mente lo que me parecía una meta utópica: correr el maratón de 42 kilómetros y monedas. En 1994, con 42 años, logré el estado atlético y la concentración mental necesaria para atreverme al desafío. Así fue como en septiembre de dicho año, en una fresca mañana de domingo, me presenté en la línea de largada designada en Palermo, frente al Club de Amigos, en Figueroa Alcorta y Avenida  Casares.

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Se inició la carrera por Figueroa Alcorta, en dirección hacia River Plate. De allí, regresando por Udaondo y Lugones, hasta Avenida Sarmiento, y nuevamente por Figueroa Alcorta hacia el norte, prosiguiendo después por Avenida del Libertador, cruzando la General Paz hasta la calle Paraná, en el límite entre Vicente López y San Isidro. En este punto, retomamos la marcha hacia la Capital Federal. En el barrio de Belgrano, a la altura de Libertador y Juramento (aproximadamente en el kilómetro 30), me esperaba mi hijo con una bebida energizante, a fines de encarar la última parte de la carrera con nuevos bríos. Llegó la subida del túnel de Libertador y luego de recorrer los barrios de Palermo y Barrio Norte, afronté la suave cuesta de Avenida Alvear, en Recoleta. A continuación comencé con algunas molestias musculares, pero éstas fueron superadas por la adrenalina de la competencia.

Por la Avenida 9 de Julio, me encontré con la imponencia del Obelisco y la experiencia de girar a su alrededor para retomar la que según se dice, es la avenida más ancha del mundo, hasta el Bajo, y recorrer otra vez Figueroa Alcorta y Libertador, hasta la línea de llegada, nuevamente frente al Club de Amigos. Todo lo hice en tres horas y cincuenta minutos, y con la emoción de haber logrado lo que me parecía imposible, es decir, finalizar el maratón con su histórica distancia de 42 kilómetros y 195 metros,  por las calles de la Ciudad de Buenos Aires.

Andrés Rosen

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