En Alvarez Thomas y Santos Dumont, una antigua despensa resiste el paso del tiempo

El contraste es absoluto. Por un lado, las grandes empresas con sus rimbombantes productos y portentosas presentaciones. Por el otro, en un austero rincón, inclusive como escondido detrás de un viejo árbol, este almacén que da la impresión de estar detenido en el tiempo. ¿Cuántos años hará que está allí? ¿Por qué sus persianas jamás se levantan? ¿Quiénes lo atienden? En busca de las respuestas a estos interrogantes, Colegiales Querido ingresó al lugar. Nos llamó la atención, entonces, la oscuridad que reinaba en el local: no había luces prendidas. Enseguida, una señora mayor ingresó desde la trastienda y se ubicó detrás del mostrador protegido por rejas. Saludándola, le explicamos el objetivo de nuestra visita. Aceptó acceder a la nota, aunque con cierta desconfianza. Por lo menos, al principio. Dijo llamarse Lucía, ser la dueña del almacén y que este se hallaba en funcionamiento desde 1980. Algo que también nos sorprendió es que la mercadería no abundaba, más bien, todo lo contrario. Bebidas y paquetes de alimentos no perecederos eran los dueños casi exclusivos del almacén. En tanto, Lucía explicaba que en 1960 había llegado a la Argentina desde su Bolvia natal, y que 20 años después, junto a su marido instalaron el almacén en lo que antes era un depósito de bananas. Que más adelante su esposo falleció y que desde entonces, no habían vuelto a levantar las persianas, hoy pintadas de color rosa. «No la subimos porque mi esposo falleció, pero funcionar, funcionan muy bien eh…». Lucía se va soltando. No obstante, prefiere no revelar tanta información: cómo se llamaba su marido, en qué año falleció… «No, no. Eso no lo voy a contestar. ¿Para qué quiere saber?». Sin embargo, algunas cosas se anima a contar. Por ejemplo, que vive en la parte de atrás del negocio, que tiene una hija y dos nietos. «Ellos son grandes, trabajan, son profesionales. Uno vive con nosotros», cuenta.

DSC_5148
Le preguntamos como hace para subsistir el comercio: «La propiedad es nuestra y no pagamos alquiler», es el dato clave. «Existen otros gastos: la luz, el gas, el teléfono… No es fácil pagar todo, pero lo vamos haciendo como podemos», agrega. Lucía es consciente de que los tiempos han cambiado. «Antes esto era más lindo -admite-, pero ahora ha cambiado todo, hay demasiados supermercados». De pronto, en la semi-penumbra aparece otra mujer, que ingresó por la parte de la vivienda. Intuimos que se trata de su hija, si bien no nos atrevemos a seguir con las preguntas. Le pedimos a Lucía, eso sí, si podemos tomarle una fotografía en el local. La respuesta es negativa: «No, fotos no. Si quieren saquen, pero a mí no». Cumplimos con su voluntad y antes de despedirnos, le preguntamos si en algún momento se le cruzó por la cabeza cerrar: «Este trabajo me gusta, no puedo vivir sin él. Mientras yo viva, esto estará. Y después también, porque mi familia es numerosa y alguien va a continuar. Así que esto seguirá hasta el día del juicio final».

Por

Deja una respuesta