En la ciudad pasan cosas, aunque usted no las vea.

¿SERÁ PARANOIA?

Estamos tan acostumbrados a que quieran meternos la mano en el bolsillo que a veces el peligro, de tan cerca que está, no logramos identificarlo. Por el contrario, también puede ocurrir que cualquier situación atípica, la veamos como si fuera una amenaza hecha y derecha. Es lo que le sucedió a Nicolás, un domingo de enero. Al mediodía salió de su casa, con la finalidad de hacer algunas cosas por el barrio y regresar pronto. Había caminado poco más de una cuadra cuando sonó su celular. De otro lado de la línea un número desconocido –en su teléfono figuraba que era de Córdoba- y un hombre -por su voz, presumiblemente muy joven- que afirmaba pertencer a una conocida empresa de cable y telefonía. Le dijo que debían ingresar al edificio a revisar las cajas en las cuales se encuentra el cableado y le preguntó si alguien podía abrir la puerta.

Nicolás, sorprendido y sospechando algo extraño, atinó a dar la menor cantidad de datos posibles. Sólo respondió: “No, la verdad que no”. El muchacho que había llamado agradeció y cortó. El vecino comenzó a hacerse preguntas, mientras recordaba que el día anterior, casi a la misma hora, y también unos minutos después de que saliera de su casa, lo habían llamado del mismo remitente. Pero creyendo que era spam, no atendió. ¿Por qué estarían llamándolo a él, en vez de contactar al que solicitó el servicio? ¿Por qué en el grupo de whatsapp del edificio nadie dijo que estaban esperando a personal técnico de la firma? En forma simultánea, además recordó que cuando salió, vio una camioneta estacionada a pocos metros del edificio. Estaba ploteada con el logo de esa empresa.

Nicolás dio media vuelta y volvió a su casa. Tenía cosas que hacer pero recobrar la calma, ahora, era priotirario. La camioneta seguía ahí. En su interior había un hombre, que, tranquilamente sentado al volante, miraba su celular. Nico, vía whatsapp, puso a los vecinos al tanto de la situación. Nadie sabía nada de una supuesta visita de la empresa. Enseguida, empezaron a llegar las opiniones. Eran unánimes: “No abran”. Todavía no habían terminado de caer los mensajes, cuando el hombre de la camioneta ploteada, arrancó y se fue…

En un instante de este proceso que duró cerca de media hora, Nicolás estuvo “seguro” de que algo extraño estaba ocurriendo. Después, pensándolo más fríamente, pensó que a lo mejor nada había que temer y que todo era producto de un estado de paranoia que afecta a quienes son conscientes de que un paso en falso, podría acabar en estafa virtual, asalto presencial o sus mútiples variantes. No quiso darse más manija. Pero por las dudas, a pesar de que no era de noche aún, cerró con llave la puerta de su casa.

(*) Si bien los nombres de quienes protagonizan las historias han sido modificados deliberadamente, las anécdotas son verdaderas.

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