Una foto llegada a nuestro facebook desde España, alteró la rutina planificada para esta semana. La imagen en blanco y negro parecía tener muchísmos años. Claudia Ribadulla, lectora de la página, era quien nos la enviaba. Estas líneas acompañaban a la foto: «Esta tarde me mandó una amiga esta foto y allí volví a recordar a amigos de la infancia, pero lo que no recuerdo son sus nombres. Es de mi tercero o o cuarto cumpleaños. Yo soy la de zapatos blancos (la cuarta desde la izquierda); a mi lado esta Alejandra; el de gorrito era Hernán; el de cara de pícaro medio encorvado, luisito. Y el resto no los puedo recordar».

Su inquietud estaba viculada a la necesidad de reconstruir con nombre y apellido la lista de sus amiguitos -que según estimamos, hoy tendrían unos 50 años- y, de ser esto posible, contactarlos luego.
Nos atrajo la propuesta y fuimos por más: solicitarle a la propia Claudia que nos relatara su historia ligada al barrio y, entre otras cosas, también los motivos de su viaje a España. De inmediato, obtuvimos estas respuestas:
«Viví en la calle Zapiola 1258; era de la casa de mis abuelos paternos. Don Ricardo Ribadulla, el abuelo, era carnicero de profesion y allí también tenía su establecimiento. Yo nací en 1966, un 25 de diciembre. Era hija única y mis padres, un pelín mayores. Con los años la carnicería paso a manos de una familia, don Juan y Virginia y sus hijos Alfredo y Graciela. Ellos eran mis padrinos».
«Mi infancia fue espectacular: carnavales en la calle donde todos los vecinos festejábamos ,y tardes de verano donde salíamos corriendo de nuestras casas cuando escuchábamos que pasaba el heladero. Creo recordar que salíamos con el banquito a sentarnos a la puerta de casa. Las calles de empedrado y por la mía, ya pasaba el 168. Nuestra hermosa escuela de barrio era la Marcos Sastre (Virrey Loreto entre Zapiola Y Freire). Allí concurrí desde salita de tres, y cómo no recordar a la señorita Ana María».
«En sexto grado me fui al Compañía de María. ¿Qué contarles de esta escuela? Sin dudas, la mejor etapa de mi vida: el carrito con el mate cocido a la hora del recreo, y a veces, los viernes, algún chocolate. El pancito que en invierno, sin que nos pille la maestra, poníamos a tostar en las estufas del aula. Fiestas patrias espectaculares… ¡Qué fiestas! El patio techado se llenaba de familias, y los días especiales para mí eran un lujo, ya que quedarme en el comedor era todo un acontecimiento. Qué felicidad… A los 11 años tomé la comunion en la capilla que está allí cerca, pero no recuerdo el nombre. Sí recuerdo que varios amigos del grado quedábamos en la esquina para ir a catecismo. Éramos muy felices».
«Me casé muy joven por esas cosas de la vida; con 18 años ya tuve a nuestra primera hija . Hoy seguimos casados… toda una proeza ji ji ji ji. Tenemos cinco hijos y dos nietas. Cuando me casé mis padres vendieron la casa y nos mudamos a Chacarita. Allí perdí todo contacto con Colegiales. Mis padres murieron en 1987 y nuestra vida siguió de tumbo en tumbo, pero siempre unidos».
«Con los años, vino la mala situación económica y la pérdida de la casa que recibí de herencia (nos estafaron y la llevaron a remate), mi marido decidió venir a España a probar suerte. Mi abuelo era español (de Galicia) pero aquí estaba una de sus hermanas. Después de un año la familia se volvió a unir, ya con otras espectativas y planes a futuro».

«Actualmente solo me hablo con Alejandra, que fue la que me envió la foto, y con Marcela Chiclana. Ella era nieta de una familia que por muchos años fueron caseros de la escuela. Y también con Marcela Gómez, toda gente que vivió en el barrio».
«En España estoy desde hace 11 años y es el sueño que no termina de hacerse realidad, el volver a la Argentina. Creería que de vacaciones, ya que aquí tenemos a todos los hijos y resto de familia. Pero es mi reto personal el volver y lo primero que haré es ir a caminar por todo mi barrio querido, calle por calle. Sé que algunas casas están iguales pero otras ya no. No me importa, caminaré por esas calles que tanta nostalgia y recuerdos hermosos me traen. Ir al colegio, tocar el timbre de alguna casa que reconozca y ver si tengo suerte y me atiende alguien que recuerde a mi familia. Sé que muchos ya no estarán, pero quizas Dios me ayuda y me reencuentro con algún vecino. Hace un tiempo en facebook, vi la página y no dudé en pedir la solicitud. Pensé que de esta forma, estaría viviendo un poquito con ustedes y poder ver como mi Colegiales crece y crece».