En la ciudad pasan cosas, aunque usted no las vea.
Ingeniero Huergo al 1550.
Límite entre Puerto Madero y San Telmo. Domingo por la mañana. Lindo día para andar en bicicleta. Avenida Ingeniero Huergo, zona portuaria… Mariano y Josefina allá van, disfrutando de una jornada de temperatura veraniega. Sin embargo, algo inesperado ocurre. Al pasar por una comisaría, un uniformado parado a su derecha les da la orden de detenerse. La incertidumbre se presenta pero el interrogante pronto se devela. Detuvieron a un hombre con drogas y se necesitan testigos para presenciar el procedimiento. La joven pareja lamenta la situación, sobre todo, por una causa muy concreta: tienen pasajes para irse a Uruguay desde un conocido punto de embarque ubicado en proximidades de la Avenida Córdoba y Eduardo Madero. Prácticamente no les sobra tiempo, y si el operativo policial no termina rápidamente, se quedarán sin pasar el domingo en Colonia, la ciudad que se levanta del otro lado del Río de la Plata.
Por allí tienen a la persona demorada. El procedimiento avanza muy lentamente, lo mismo que el nerviosmo de Mariano y Josefina. Todo indica que no van a llegar a tomar el ferry. La rutinaria instancia policial debería agilizarse de golpe para que se revierta la tendencia. Pero eso no está ocurriendo. Por eso, el muchacho se siente obligado a actuar, y con absoluta sinceridad le cuenta la situación a uno de los encargados del operativo. Este accede a dejarlos partir y en cuestión de segundos, están otra vez arriba de las bicicletas, pedaleando fuertemente hacia el destino prefijado. Minutos más tarde, realizan los trámites de embarque. Llegaron a tiempo. Los espera una tarde en la vecina orilla.
Cabildo y Aguilar.
El consultorio del pediatra está repleto. En la sala de espera hay niños muy chiquitos, muchas mamás y algún que otro papá. El doctor está atendiendo, asistido por su secretaria y esposa. Hay mucha demora. Alrededor de una hora. Lo peor, es que la situación se repite. Ricardo y Ludmila son padres primerizos y ya son varias las veces que estuvieron con su hija Florencia –apenas una beba- en este lugar, para que el médico realice los controles periódicos. Y siempre lo mismo. Pareciera que esta tardanza crónica está vista como “normal”, tanto para el pediatra –un hombre de entre 60 y 70 años- y su mujer, como para los padres de los pequeños pacientes. Sin embargo, Ricardo no lo comprende. “Una o dos veces vaya y pase… ¡pero acá es siempre lo mismo!”, se fastidia por lo bajo. A Ludmila tampoco le agrada la situación, pero se la aguanta, mientras la pequeña Flor, sin ser consciente de lo que está sucediendo, también soporta bastante bien la espera.
El papá se pone contento. Halló lo que –según cree- es la solución. El próximo turno que pidan, será el primero del día, allá por las dos de la tarde. Así se reducirán muchísimo las chances de demora. Cuando al fin llega el momento de acordar con la secretaria, Ricardo le hace saber su inquietud, pero se encuentra con un asombroso contraataque de la mujer: el doctor viene de otro lado y difícilmente llegue a horario, por lo tanto, sea cual fuere el turno elegido, sí o sí habrá que armarse de paciencia y esperar. El papá de Flor tiene ganas de decirle unas cuantas cosas a la secretaria, pero no lo hace. En otra ocasión, muy poco tiempo después, la señora se para frente a la sala llena y explica que quienes estén por la obra social “equis”, en lugar de atenderse sin cargo como hasta ahora, tendrán que abonar la mitad de lo que cuesta una consulta privada.
A pesar de que en apariencia es una mala noticia, Ricardo y Ludmila –que están por la obra social mencionada- lo toman de otra manera. Con alivio. Es que ya no quieren pisar este lugar y lo anunciado por la esposa del doctor, se convierte en un excelente motivo para buscar otros horizontes pediátricos.
(*) Si bien los nombres de quienes protagonizan las historias han sido modificados deliberadamente, las anécdotas son verdaderas.
Foto: Cabildo y Aguilar (Google Street).