En la ciudad pasan cosas, aunque usted no las vea.
Avenida Antártida Argentina al 800.
Faustino y Roxana, un poco nerviosos, aguardan que pare de llover. Hace un largo rato que llueve torrencialmente sobre Buenos Aires. Por lo tanto, no pueden salir. Pero el matrimonio no está en su casa sino… en un barco. Sí, en un barco anclado en Retiro. Y no es cualquier barco. Se trata de una librería flotante. Una embarcación que contiene miles y miles de libros, y que suele navegar por aguas internacionales, atracando en diversos puertos, para que la gente de los destinos a los cuales llega, pueda recorrer sus instalaciones, contemplar los productos exhibidos y adquirirlos, si así lo desean.
El panorama está complicado para Faustino y Roxana, porque además de la tormenta que no cesa y que no los deja asomar la cabeza al exterior, una de sus hijas llora desconsoladamente. La más grande, Clarisa, muy quietita y seria, espera que amaine el temporal. Pero la impaciencia de la más chica ha provocado una explosión de llanto imposible de detener. Para colmo, es impresionante la cantidad de gente que hay allí arriba. Esto era lo que se vislumbraba algunas horas atrás, cuando la pareja y las dos nenas se ubicaban en la fila. La marea humana que los antecedía, les permitió deducir que habría que armarse de muchísima paciencia para entrar. Como ya estaban en la fila, decidieron quedarse, mientras los nubarrones de las primeras horas de la tarde empezaban a concretar sus amenazas. ¿Cuánto habrán esperado en aquella fila, que avanzaba tan lentamente? ¿Una hora y media? ¿Dos horas? El lento avance se debía a que el barco tenía una capacidad limitada y al estar colmado, el público que entraba era igual en número al que salía. Si por ejemplo salían dos personas, ingresaban no más que otras dos. Cuando la lluvia empezaba a caer con fuerza ellos al fin lograban subir a bordo. De todos modos, adentro, no los esperaba una situación fácil de sobrellevar: con pasillos colapsados, salones atestados y un calor sofocante, la tripulación se esforzaba en dar lo mejor, pero el inmenso número de visitantes –cuyo buen comportamiento también hay que destacar- hizo que la situación se desbordara.
Apretujados entre la multitud, Faustino, Roxana y las dos nenas apenas si pudieron ojear algún libro. Por cierto, lo que ahora desean es salir. El gentío los fue llevando: pasito a pasito, moviéndose muy despacio por el corredor principal, finalmente dieron con la puerta de salida. Claro que en este momento, el aguacero les impide dar ese paso hacia afuera que quisieran dar. Si un par de horas atrás, tuvieron que armarse de paciencia, ahora las circunstancias son similares, pero con el agregado del ataque de llanto que sufre su hija de 8 años.
Transcurren los minutos. La intensidad de la tormenta ya no es tal. Cae una llovizna, pero es posible salir. No hay más lágrimas en el rostro de Camila. Una rápida caminata y el clan familiar, está aguardando la llegada del colectivo, sobre Leandro N. Alem. Allá viene el 152. Lo paran, suben. Y vuelven a casa…
(*) Si bien los nombres de quienes protagonizan las historias han sido modificados deliberadamente, las anécdotas son verdaderas.
Foto: cercanías de Antártida Argentina al 800, en Retiro (Google Street).