Amiga mía, eres blanca como la nieve, tus negros ojos relucen en la noche, tu pelo negro azabache cae en cascada sobre tus hombros como un racimo de uvas. Tus manos abiertas parecen dos palomas mensajeras, tu cuerpo semeja una gacela.
Soñé con ser como un ángel, tal vez el que peleó con el patriarca Jacob y lo ayudó a reencontrarse con el Señor. Soñé con ser como Abraham, que estaba dispuesto a sacrificar lo más preciado por amor a Dios. Y soñé con ser sabia y justa como Salomón, pero sólo soy un ser humano como todos, con sus virtudes y defectos. Un ser humano que siempre trata de ser un poco mejor cada día.
Recuerdo cuando contemplaba el mar, sereno, azul… Con olas calmas que bajan hasta la playa, o a veces embravecidas que chocan contra las rocas dejando una espuma blanca que atrapan los niños en sus baldes para después construir castillos de arena.
Infancia tornasolada, matizada de colores, donde aprendí mis primeras letras en un barrio humilde, contemplando los cardenales de penacho rojo y las enredaderas en flor.
Busco la paz interior, ¿dónde encontrarla? En un prado junto a un valle, en el trino de un pájaro, en la melodía de un violín, en un cuento infantil, en el perfume de un ramo de jazmines, en el atardecer cuando cae el sol, o en la noche plena de estrellas.
El amor es compartir, es entregarse de cuerpo y alma, es pensar que al otro día vas a ver salir el sol, es dar de comer al pobre, es pedir perdón, es equivocarse de buena fe, es creer en la buena gente, es sufrir con otro y angustiarse, es ver una paloma y darle alimento, es ver a dos enamorados y recordar el deseo.
Hoy contemplé un ramo de fresias… Lucían esplendorosas como un amanecer y quise ofrendarlas como prenda de amor y vida eterna. Lucían ingenuas pero alegres, humildes como el alma, con colores diferentes… Y dormían su sueño vital, apoyadas en un florero pequeño, al abrigo del tiempo.
Ana, ahora estás dormida. Te fuiste temprano como un pájaro errante, pero no morirás ni en mi recuerdo ni en el de todos tus seres queridos, que te añorarán por tu bondad… Y serás para siempre la mejor compañera. Que Dios te tenga a su lado y tu alma piadosa se encuentre en paz.
Raquel Selzter