Yo Digo

NI EL BARRIO ME DIGAS

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Problemas que padecen los porteños (y en este caso no sólo ellos): pasó acá, pero puede pasar en cualquier lado.

Hace unos días, internaron a un amigo en el Hospital Durand. Lo alojaron en la guardia y ahí está desde entonces. Lo visité tres días seguidos. Allí, en la guardia del inmenso nosocomio del barrio de Caballito (abarca la manzana comprendida entre la Avenida Díaz Vélez, Juan B. Ambrosetti, Arturo Jauretche y Dr. Eleodoro Lobos), me encontré con un panorama que, si bien imaginaba, no dejó de impactarme. Claro, una cosa es conocer en teoría la problemática concerniente a la salud pública en nuestro país, y otra cosa muy diferente es vivirlo en la práctica. A mi amigo tenían que haberlo ubicado en una habitación del hospital, pero por falta de camas, y como aún no está en condiciones de que le den el alta, tienen que mantenerlo en la guardia, recostado sobre una camilla. Y así como le sucede a él, numerosos pacientes pasan por la misma situación. Hay gente, por otra parte, a la cual le han dado el diagnóstico y aguardan una derivación. No obstante, también por falta de lugar en otros centros de salud, deben permanecer en la guardia del Durand, a la espera de que se destrabe la dificultad para conseguir sus respectivos traslados.

El personal de salud se multiplica. Se los ve pasar con sus uniformes de diferentes colores: doctores, enfermeros, empleados administrativos y de maestranza, asistentes sociales, trabajadores que llegan a bordo de ambulancias… Todos apuran el paso por los pasillos, muy ocupados en sus tareas, procurando satisfacer las necesidades de pacientes y familiares. Es evidente que no hay nadie que tenga un minuto libre. No serían ellos, precisamente, los culpables de que en un hospital que seguramente alguna vez haya sido modelo, hoy las condiciones sean estas.

Y, por supuesto, los enfermos, distribuidos en algún lugarcito disponible, inmersos en sus largas esperas. De vez en cuando, se escucha un grito de dolor, alguna queja penetrante, de esas que como suele decirse “te parten al medio” o “te hielan la sangre”.

Una mujer aplica un repelente –en versión crema- en el cuello de su hermano, que está tendido en una camilla. No sea cosa que encima le agarre dengue, pensará, probablemente. De ser así, su preocupación tiene fundamento, ya que los mosquitos, aunque nadie los haya invitado, también habitan en este recinto.

Un hombre de unos treinta años hace varios días que está en la guardia. Desde su posición –acostado-, amablemente pregunta si no tendré unas galletitas. Tiene hambre. Voy hasta el kiosco del hospital, que está en el piso de arriba y le compro un paquete de galletitas de agua. El muchacho llegó hace unos años del interior del país. En su tierra natal las cosas estaban muy mal, dijo. Ahora está en situación de calle y cuando le den el alta, seguramente, se irá a un parador, como habló con una asistenta social, quien no le recomendó que no reanudara su vida a la intemperie, considerando su estado de salud.

Otras personas “viven” en un pasillo interno del hospital. Uno intuye que quizás también sea gente en situación de calle, que durante días y días espera la atención de los médicos. En este caso, el término “paciente” aplicaría con justeza… y tristeza.

La breve descripción le pertenece al Hospital Durand, pero no sería aventurado interpretar que esta, sea apenas la muestra de un panorama general en relación al delicado momento que atraviesa la salud pública en nuestro país.

Foto: Google Maps.

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