Yo Digo

PRIMERO LA PEUSER, DESPUÉS LA FILCAR

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Mi primera guía fue una Peuser del año 1981. Gracias a ese pequeño librito que aparte contenía páginas repletas de recorridos de colectivos y un mapa desplegable de la Ciudad de Buenos Aires, conocí un mundo nuevo, un atrapante universo de calles, avenidas, barrios y diversos rincones porteños, inabarcables para la imaginación de un niño de nueve años.

Pero si mi fascinación fue grande con una Peuser, ¿qué decir de cuándo conocí la Filcar? Descubrí esta portentosa guía uno o dos años más después. No recuerdo exactamente bajo qué circunstancias, pero sí guardo muy bien en la memoria, que la primera que tuve fue una de tapa roja, de 1983. La Filcar era tres o cuatro veces más grande que la Peuser, en tamaño y en cantidad de páginas. Con ella, se podía prescindir de la incómoda tarea de manipular el plano de papel, elemento muy difícil de conservar sano, al margen de los cuidados que uno le dispensaba para que no fuera rompiéndose cada vez que se lo abría y cerraba.

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En lugar de eso, la Filcar venía con los mapas incorporados en su cuerpo principal. Y todos, en formato anillado y dimensiones que permitían visualizarlos claramente, con sólo ir dando vueltas las paginas. Pero lo más notable, era que ya no incluía nada más que la Capital Federal, sino también el Gran Buenos Aires y hasta localidades todavía más lejanas. Semejante volumen de información, a la tierna edad de once años, no podía más que maravillarme. ¿Cuántas horas de mi tiempo libre me habré pasado investigando la Filcar? Inspeccionaba aspectos tales como las divisiones de los partidos del conurbano bonaerense, el trazado de las líneas de ferrocarriles, las rutas de salida de Ciudad hacia Provincia…

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Cierto día se me ocurrió la idea de buscar los estadios de fútbol de todas las categorías de la Asociación del Fútbol Argentino y pintarlos con un marcador rojo. Las instituciones más populares estaban correctamente señaladas. Pero las complicaciones surgieron cuando al intentar ubicar a los clubes más chicos, estos no aparecían en los mapas. Debí tomarme el trabajo de investigar sus direcciones a través otras fuentes, orales y escritas, para luego volver a la guía y colorear la parcela que teóricamente ocupaba el estadio.  Por cierto, un trabajo pesado, pero que no me desagradó ni en lo más mínimo. Más bien, todo lo contrario: disfruté el hecho de hacerlo.

Una vez, la guía desapareció. La busqué durante días, tal vez, semanas. No hubo caso. Muy a pesar mío, me vi obligado a pedirle a mi papá que me comprara otra. La Filcar no era barata y en mi familia, si bien nunca nos faltó nada, el dinero tampoco sobraba. Mi papá no ocultó su fastidio por mi descuido, pero –en un hermoso gesto, que recién hoy valoro en su real dimensión- accedió a comprarme otro ejemplar. Ya estábamos en 1984, por lo que tuve así en mi poder la nueva edición, a un costo de ciento cincuenta pesos argentinos (la moneda sucesora de los pesos Ley Nº 18.188 y la antecesora de los australes).

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Las secciones estaban divididas por colores. Los planos correspondientes a la Capital, tenían sus contornos marrones. La Zona Norte del Gran Buenos Aires, celestes; Zona Oeste, verdes; Zona Sur, anaranjados. Y las ciudades más lejanas como Luján, San Miguel del Monte, Lobos, Zárate, Campana y Capilla del Señor, eran de color bordó. En la hoja contigua a los mapas de las de las localidades provinciales, figuraban los listados de sus calles. También en esta sección, era muy común que estuviera la publicidad de un comercio o empresa de la zona, auspiciando la página.

Y como suele suceder, días más tarde (no podría precisar cuántos)… apareció la guía perdida. Estaba en el fondo de una bolsa, tapada por una pelota de fútbol, que guardábamos en el Renault 6 turquesa de mi papá. No recuerdo que fue del viejo ejemplar de tapa roja, el de 1983. Lo que sí sé, es que el “nuevo”, lo conservo hasta hoy, y en un muy buen estado, considerando que más de 35 años han transcurrido desde su adquisición.

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