Voy a tratar de relatar brevemente lo que le sucedió a mi hermana Elisabet cuando en su infancia participó de un campamento en Punta Indio, cerca de La Plata. Tenían todos que cuidar la bandera, participar del fogón en ronda y cocinar como podían. Ella era traviesa y no tenía miedo. Yo, en tanto, había permanecido en casa junto a mi mamá… Hasta que de pronto mi hermana se enfermó por causa del agua y tuvo que volver de apuro, pero feliz por la aventura vivida.
Estuve recordando los campamentos a los que fui, en especial, el de Vuelta de Obligado, a orillas del Paraná, con las amistades que, como perlas negras, fui cultivando, como las flores con una guitarra y un canto general a la vida. La defensa de la Patria, patrimonio de todos. El sol que se esconde temprano al atardecer, cuando en mis oídos suena la flauta mágica y su música resuena en el aire. ¿Qué edad tenía? No lo recuerdo, viva la vida y el amor.
Me veo con Esther, rumbo al sur, a un encuentro en el albergue Inacayal. Eso fue hermoso. Allí me regalaron un ikebana que decía: “Primer premio a la ausencia”. Eso ya lo expresa todo. Ahí conocí el Valle Encantado y Los 7 Lagos, de los cuales especialmente recuerdo el Correntoso. El inolvidable disfrutar de los juegos entre todos, la ascensión al Cerro Catedral y el deslizamiento patinando sobre la nieve. Los deportes colectivos como el vóley, el recuerdo de las tertulias disfrutando del té con torta y masitas… Cuánta armonía y felicidad en aquellos inolvidables días. Sé que volveré en algún momento…
Daniel, hace tanto tiempo que siento necesidad de verte, ya sé que te embarga la angustia de estar lejos de aquí. Conocí a tus dos esposas, cual flores hermosas son, y a tus hijos vi. Tengo fotos de todos y aunque mi preferida es Linor, a todos amo por igual. Veo tu antigua foto de la juventud, cuando te decían que eras parecido a Sandro. Y aunque el tiempo te dejó sin tus cabellos lacios sigues siendo hermoso.
“Cómpreme usted, señorito, un ramito de violetas”, cantaba la violetera para lucirlo en el ojal. Lo habrán entonado muchos o no, también Sarita Montiel. La obra es como Pigmalión, el educador, el maestro que la transforma en una dama. ¿Quién desea serlo? Una divertida comedia.
Te recuerdo, Guadalupe, recuerdo los milagros… Jesús, aunque no soy de religión católica creí en ti. Niña de los ojos azules, muéstrame el lucero y el amanecer, que quedé prendada de ti.
Raquel Selzter