Yo Digo

BAIRES EN PRIMERA PERSONA

Llueve pero hay personas a las que esta situación no parece importarles: están comiendo afuera, sentados a las mesas de un restaurante, en una esquina de Buenos Aires que conozco muy bien. Sacó mi celular para tomar una foto de la llamativa escena. Se me acercan otras personas. Intuyo que no era el momento apropiado para exhibir mi teléfono. Ya no hay tiempo de remediarlo: un joven del grupito pone su mano sobre mi celular. Quiere quitármelo aunque tengo la sensación de que no pretende robar sino molestarme, hacerme pasar un mal momento, ante la mirada risueña de sus acompañantes. Forcejeamos. Me habla de manera socarrona. Me resisto a abandonar la lucha ¡el celular es mi herramienta de trabajo!  Sigue el desesperado forcejeo. De pronto, todo se termina. Me despierto. Con alivio, compruebo que fue un horrible y extraño sueño. ¿Extraño? Bueno, la lastimosa realidad suele entrometerse hasta en los momentos de descanso. En esta confusa zona, lo que es extraño, deja de serlo.

Soy testigo de la conversación de dos amigos que se encuentran en un bar porteño. Tendrán unos 65 o 70 años. Por ahora son dos, pero esperan a más gente que estaría por llegar. Es un frío mediodía. De acuerdo a la charla, al que llegó en segundo término, le desagrada reunirse en lugares donde se complica hallar estacionamiento. Y según sus dichos, este es uno de ellos. De todos modos, no oculta su satisfacción frente a lo que probablemente, sea un lindo reencuentro entre antiguos amigos. Salgo del bar y continúo con mis actividades, por las calles de Buenos Aires. Efectivamente, son muchos los autos y muy pocos los lugares libres para estacionar. El hombre del bar tenía razón. Aunque por un rato, en compañía de sus seres queridos, quizás se olvide del tema.

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Baires Querido

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