Yo Digo

BAIRES EN PRIMERA PERSONA

Written by Baires Querido

Caminata por CABA en este 25 de mayo que ha caído en día domingo. Se conmemora un nuevo aniversario de la declaración de primer gobierno patrio. No sé si será una sensación personal o no, pero las nuevas generaciones le dan cada vez menos trascendencia a estas fechas especiales para el país; y los niños y adolecentes las valoran, más que nada, porque son días en que no tienen que ir al colegio. Desde luego, se sienten muy apenados cuando la fecha no cae de lunes a viernes, porque así “pierden” un feriado. En mi recorrida, veo apenas dos banderas argentinas, en un par de casas. A lo mejor sea de vuelta una sensación personal (o quizás justo atravesé una zona donde hay menos) pero recuerdo que antes, en los 25 de mayo, la cantidad de insignias celestes y blancas que los porteños exhibían en sus hogares era mucho mayor.

Me tocó realizar un trámite en una sucursal bancaria porteña. Como no era necesario concurrir personalmente, llamé por teléfono. Una grabación confirmó que era el número correcto y el menú del conmutador me derivó a un interno. El teléfono sonó y sonó, sin que nadie contestara. Así, durante días. Supuse que por estar los empleados ocupados, no podían responder, ya que tiempo atrás, sí había hecho el trámite por esa vía. No me quedó otra opción que ir al banco. No tuve problemas en cumplir con mi diligencia, pero me llamó la atención que a lo largo de mi estadía en la sucursal (unos 45 minutos) nunca sonara un teléfono. Entendí que lo habían desconectado o que habían anulado el sonido. El empleado que me atendió dio una confusa explicación. Seguramente no era el responsable de la situación. No sé si hice bien, pero preferí no hacer más preguntas inquisidoras y dejé el tema ahí…

¿Fueron cuatro veces? ¿Cinco? ¿Seis? En un momento perdí la cuenta. Voy al punto: para hacerme un chequeo médico de rutina pedí turno a la empresa de medicina prepaga a la que estoy afiliado hace más de diez años. Según los encargados de dar los turnos telefónicamente, la médica a la que solía visitar en forma presencial, sólo atendía por videollamada. Acepté. Pero a la hora convenida, la doctora jamás apareció. Así una y otra vez, por espacio de un año o más. Al hacer los reclamos, jamás supieron darme una explicación concreta. Hasta que llegó el día en que conseguí turno con la médica, otra vez en su consultorio de la Capital Federal. No dejé pasar la oportunidad de preguntarle qué sucedió con aquellas comunicaciones frustradas. Me respondió que no estaba ni enterada, dándome a entender que eran fallas del sistema y recomendándome que no perdiera más el tiempo con ellas. Fin de la anécdota.

Días atrás, pasé por un parque de la Ciudad de Buenos Aires. Había gente que paseaba, otros hacían running… Y también me crucé con un grupo de unas diez personas con perros. Conversaban de manera muy entretenida al costado de un camino, mientras los canes correteaban por ahí, atravesando de un lado a otro el sendero por el cual circulaban los corredores y los vecinos de a pie. Lo curioso es que a sólo algunos metros, había un canil especialmente construido para que cumpliera la función de albergar a los perros. Sin embargo, en su interior el espacio sobraba: el canil estaba prácticamente vacío.

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