Mi infancia, mi adolescencia, los primeros años de mi juventud… Un hermoso período de la vida que transcurrió, contextualizado en un entrañable escenario como el PH de la avenida Carlos Calvo, entre Muñiz y La Plata. Más imágenes de la convivencia con los vecinos me vuelven a la mente: en el departamento 1, recuerdo a un matrimonio, aunque muy vagamente. En el 2 había otro matrimonio con dos hijos grandes, que ya trabajaban. Mis padres, mi hermano mayor y yo, estábamos en el 3. ¿En el 4? Un señor que trabajaba como enfermero o médico.
Con mi hermano solíamos jugar a la pelota y era muy común que se nos fuera la “a lo del vecino”, ya que las terrazas tenían divisiones bastante bajas, o al pulmón de manzana, en donde había un jardín enorme, provisto de pinos, perteneciente a una casa contigua. La pelota que se iba al departamento de al lado, volvía sola. En cambio la otra, había que ir a buscarla con papá. Una de las virtudes del PH, era el silencio: por las noches se dormía de lo mejor, ningún ruido de tránsito interrumpía nuestro descanso.
Mi mundo era el de los juegos. También el del colegio, adonde nos llevaba mamá, siempre puntualmente. El establecimiento estaba sobre la calle Senillosa, a sólo unas cuadras de casa. Ella nos alcanzaba hasta la puerta y además iba a buscarnos. Andaba a las corridas, para un lado y para otro. Una vez que mi hermano y yo fuimos más grandes, mamá empezó a trabajar. Íbamos a distinto colegio, pero estaba relativamente cerca uno de otro. Por lo tanto, a mi hermano no le quedó alternativa que pasar a buscarme a la salida, y cargar con el peso de mis útiles. Lo hacía a regañadientes. Pero lo hacía… Y todavía nos seguimos riendo de eso.
Por la tardecita, nos gustaba sentarnos en el escalón de la puerta de entrada, con mi mamá. Mirábamos los colectivos ir y venir: el 53, el 126, el 7… Los tres pasaban por Carlos Calvo. Nos daba placer observar el movimiento de la gente en los negocios, sobre nuestra cuadra, y los comercios de enfrente. Había verdulería, almacén, lavadero, kiosco y otros tantos que ya olvidé, ya que cada tanto cambiaban de rubros. Sí recuerdo muy bien la biblioteca Miguel Cané, que a pesar del paso del tiempo, todavía está frente al PH. Allí consultaba cuando necesitaba realizar algún trabajo de investigación junto a mis compañeras. Y al lado, había un salón de fiestas llamado “El leoncito”, que devino en una cervecería de moda, de las que abundan por los barrios en la actualidad.
Mientras nos entreteníamos en la vereda, aguardábamos la llegada de papá, siempre atentos por si a través del pasillo se oía la campanilla del teléfono, sonar en casa. Si era así, había que correr y tratar de llegar antes de que corten.
De chica, como iba al colegio a la mañana, la tarde nos quedaba para hacer la tarea y jugar. Elegir el lugar más conveniente para pasar el rato, podía ser la terraza, la pieza o el pasillo. En cambio, durante mi adolescencia, iba por la tarde a la secundaria. El punto de encuentro con mis amigas era la entrada el PH y desde allí, todas juntas, de a cuatro o cinco, emprendíamos el camino hacia el colegio.
Y así pasaron mis años en mi hogar de la Avenida Carlos Calvo, en Boedo, barrio al que muy esporádicamente regresé, una vez que me fui. Lo recuerdo con nostalgia y a la vez, con alegría, por tantos lindos momentos vividos en familia.
Romina Linares