Reunión por Zoom entre padres y profesores de un colegio secundario porteño, algo rutinario en el inicio del ciclo lectivo. Desde el cuerpo docente ponen en el tapete un asunto delicado: los teléfonos en el aula. Según dicen, los alumnos tendrán acceso a los celulares pero la idea es que se limiten a lo pedagógico. Por tal motivo, trasladan a las familias la necesidad de concientizar a los hijos en tal sentido. Tras el silencio general, soy testigo de cómo una mamá, en uso de la palabra, transmite su gran preocupación por la problemática que implica el uso de los teléfonos. No se llega a ninguna conclusión en especial, sólo que tanto para padres como para docentes, este es un asunto que tal vez, esté más candente que nunca.
Una chica entra a una heladería que necesita personal. En la vidriera, hay un cartel que indica que los interesados dejen el CV. La chica le pregunta a la única empleada que en ese momento se encuentra en la atención, si aceptan menores de edad. La empleada ignora la respuesta. De todas maneras, recibe el CV. La chica sale y camina unos metros. En una carnicería de la esquina ve un cartel donde solicitan gente “del barrio” para trabajar. Ante este nuevo ofrecimiento, le saca una foto con su celular. Muy jovencita, quizás haya terminado la secundaria en 2024 y esté recorriendo la zona en busca de su primer empleo (deducción personal, noticia sin remate y fin de la anécdota).
La feroz tormenta que se abatió sobre Bahía Blanca ocasionando terribles daños, movió, como suele acontecer en estos casos, la mano solidaria de mucha gente. En el edificio en el que vivo, una mujer comunicó que su familia es de esa zona de la Provincia de Buenos Aires y a través del grupo de Whatsapp, sugirió la posibilidad de colaborar compartiendo una placa en las redes. Otra vecina “recogió el guante”, poniéndose en campaña para armar una colecta. Más consorcistas se sumaron y entre todos los interesados, fue organizándose la forma de colaborar. Como en tantas partes del país, números porteños volvieron a demostrar sus ganas de ayudar al prójimo cuando se halla en dificultades.
Entre cuidados intensivos, espirales y mucho repelente para los mosquitos, fue transcurriendo el verano. De la escasez y el exorbitante precio al que hace un año llegaron los líquidos, cremas y dispositivos para combatir el insecto y así evitar la posible transmisión de enfermedades, en esta temporada no hubo mayores noticias, al menos en lo que respecta a CABA y alrededores. Todavía, sin embargo, hay que cuidarse. A título personal, una última reflexión con la cual quizás más de uno se sienta identificado: ¡qué desagradable sensación provoca el zumbido de un mosquito revoloteando cerca de los oídos cuando se trata de conciliar el sueño! Sobre todo, si en medio de la oscuridad uno reparte manotazos y aplica aerosol al voleo, y así y todo, el agudo sonido, no desaparece.
La pandemia trajo consigo costumbres que permanecen, inclusive después de la etapa de aislamiento. Algunas, reconozco que son un tanto extrañas. Mientras en la Ciudad de Buenos Aires estuvo prohibido salir a hacer ejercicio en plazas y parques, me acostumbré a correr adentro del departamento. Y cuando se levantaron las restricciones, seguí haciéndolo. Del baño al dormitorio, del living a la cocina… Así, un suave trote de media hora o un poco más. Luego, elongación y abdominales. El mayor problema de mi running surgía si había alguien más en casa, y debía estar esquivando gente. Este hábito de correr bajo techo lo mantuve; no del todo, pero si llueve, si el clima está demasiado frío o caluroso, o simplemente si no tengo ganas de salir, sigo practicando esta vieja costumbre sin mayores inconvenientes.
Imagen: es.dreamstime.com