En junio de 1989, junto a mi cuñado Alfredo, hicimos un viaje relámpago a Asunción del Paraguay, por motivos familiares. Por supuesto, aproveche mi corta estadía en esta ciudad, para recorrer sus calles; y al ver que aún circulaba el tranvía, efectué un viaje en él, recordando los tiempos de mi infancia, cuando era un usuario habitual de aquel medio de transporte en el Buenos Aires de principios de la década del 60. Conocí también la calle Palma, famosa por los artículos importados que en ella se conseguían, y me sorprendí en otras calles de Asunción por la cantidad de puestos de venta informal de todo tipo de productos, lo que todavía no era frecuente en nuestra ciudad. Por el contrario, actualmente este tipo de actividad comercial es una situación habitual en varias zonas de la Capital Federal, especialmente, sobre la Avenida Pueyrredon, en Once, y la Avenida Avellaneda en Flores.
Durante el largo viaje en micro desde la Terminal de Retiro hasta Asunción y en el regreso, estuvimos hablando con Alfredo, quien al igual que yo, sobre fines de los ’80 conducia un taxi de su propiedad, acerca de a posibilidad de cambiar nuestra actividad laboral, ante cierta saturación que ambos estábamos padeciendo por el hecho de recorrer tantas horas las calles de Buenos Aires, y el desgaste físico y psíquico que ello implicaba. Mi cuñado ya tenia experiencia en comercios con atención al público, pues había sido propietario de varios negocios, especialmente del rubro textil, siendo las ultimas ubicaciones de sus emprendimientos, el barrio de Colegiales (en Zapiola al 300 y Avenida Federico Lacroze al 3100, en locales dedicados a la venta de ropa).
Finalmente, decidimos probar suerte en el rubro “kiosco de golosinas y cigarrillos”, y en marzo de 1990 nos instalamos en Ciudad de la Paz 2171, entre Juramento y Mendoza, en el corazón de Belgrano. Le pusimos este nombre de fantasía: Superkiosco. Se trataba de un lugar que nos pareció muy adecuado, ya que el kiosco funcionaba como anexo a una calesita y un sector de juegos infantiles que incluían un pelotero y varios atractivos más para los chicos. Junto al kiosco había una sucursal bancaria y enfrente estaba la plaza Noruega, a la cual, especialmente en los días de primavera y verano, se acercaba gran cantidad de niños con sus padres. En la esquina de Ciudad de la Paz y Juramento y ocupando media manzana hacia Amenábar, se encontraba el tradicional Mercado Juramento, emplazado en terrenos cedidos en 1875 por los herederos del escritor José Hernández, y construido en 1891. A pocos metros del kiosco, sobre la misma vereda, se ubicaba la entrada de la Galería Recamier, que unía Ciudad de la Paz con Cabildo, avenida por la cual circulaba gran cantidad de peatones. Todos estos, junto a los propietarios y empleados de los locales, podían convertirse en potenciales clientes de nuestro emprendimiento.
A la vuelta, sobre Juramento, estaba el desaparecido cine Mignon, con importante afluencia de publico infantil en las vacaciones de invierno y, especialmente, los miércoles, días en que las entradas se vendían a mitad de precio. Este conjunto de estos factores nos convenció a la hora de tomar la determinación de instalarnos en esta locación, ya que el kiosco es un rubro comercial que necesita de clientes de paso y no solamente funciona con los vecinos de las inmediaciones. A principio de 1990 nos instalamos con lo esencial. Al poco tiempo, agregamos una buena cantidad de artículos varios. El punto de mayor éxito, estaba dado en la venta los juguetes que comprábamos en los mayoristas del rubro en Once, en especial, los negocios comprendidos en la manzana de Azcuénaga, Sarmiento, Pasteur y la Avenida Corrientes.
Foto: Ciudad de la Paz entre Juramento y Mendoza, en la década de 2010.