Por Raquel Seltzer
Mabel, te recuerdo con nitidez, te veo entrar por la puerta hace tiempo, idéntica a tu hermana, pero distinta. Una, con cabello corto… la otra no. Dios te puso en mi camino, tienes un hijo fuera del país, como yo a mi hermano. Te recuerdo con afecto y mucho amor.
Voy a empezar a trazar unas líneas sobre mi infancia y adolescencia. Vivíamos en nuestro hogar de Munro, los tres hijos de mamá Gaby. Ella me contó que al volver de su luna de miel en Jujuy, donde trabajó junto a mi papa en el hospital de Mina Pirquitas, comenzó a desarrollar sus conocimientos como enfermera. Los había adquirido bajo las duras condiciones climáticas de la Puna argentina. Ya en su hogar bonaerense, colaboró en la atención de los pacientes, que llegaban al consultorio atraídos por la gran capacidad médica de mi papá, el amado José.
Mamá tuvo ayuda en sus tareas domesticas de Manuela, una bella mujer tucumana que cuando volvía de alguna visita a su provincia natal, nos traía una caña de azúcar que nosotras saboreábamos con deleite y satisfacción. También apreciábamos los exquisitos ravioles que ella amasaba con su sabiduría culinaria, acompañados por una deliciosa salsa de tomates casera preparada en base a conocimientos aprendidos de su madre y su abuela, allá en el norte argentino.
Recuerdo a la hija de Manuela, María de Jesús, de negros cabellos y ojos pardos. Su cuerpo de reina era una maravilla. Muchos años después trabajó junto a mi mama en el negocio de mi tío Pepe, llamado El Emporio Botonero. También vecina de mi casa era Juana, una correntina que fue mi nodriza y que con su esposo (al que conocíamos como El Chiri), trabajaban en una bicicletería en la vereda de enfrente. Son algunos de los lejanos recuerdos que siempre vuelven a mi mente y llenan de satisfacción a mi alma y mi corazón.
Ahora recuerdo mi antología poética, un libro de colores celeste y blanco que me acompaño en mis últimos años del colegio secundario, gracias al cual conocí poemas como el del “Mío Cid” y el hermoso “Setenta Balcones y Ninguna Flor”, de Baldomero Fernández Moreno, que describe el aroma y el color de las flores en contraste con la piedra desnuda, así como también quedé impresionada por los imponentes poemas de Olegario Víctor Andrade, en el Nido de Cóndores.
Niña de los ojos claros azules o verdes, de cabello largo… Niña, vuelve a mi lado, que Federico te hubiera amado, de sonrisa de plata, de piel color marfil, trepate a los árboles y cantá una canción con tu suave voz, que me haga soñar y bailar.
Foto: el edificio de Corrientes y Pueyrredón, que habría inspirado a Baldomero Fernández Moreno, a componer el famoso poema “Setenta Balcones y Ninguna Flor”
(Foto: www.estacionlibro.com.ar).