Por Raquel Seltzer.

Hoy, sábado…

Día de serenidad, de profunda tranquilidad, de contemplación, de cielo plomizo.

De agudizar los sentidos y mirar nuestro mundo interior, de desear poder escuchar los truenos y la lluvia.

Una melodía de amor, de descansar bien escuchando música suave o no, el ritmo del rock imitar y construir un nido de pasión.

De recordar, ¿por qué no…? el ayer, y querer ver el dulce amanecer.

Flores blancas, un ramo de junquillos, copos de nieve, son capullo matinal que azotan el viento y la lluvia y se aferran a la tierra hasta morir.

Dulce vida, te gozo plena de alegría, después de la tormenta que nubló mi horizonte hasta lo más profundo de mi ser

Hoy la paz me invade y perfuma mis días con aroma de rosas y jazmines de mi jardín encantado.

Llora que tus lagrimas son gotas de rocío o de lluvia, que a nadie le importa si sufres, si mueres, si eres bueno o malo, si realizaste buenas acciones, si es loco el mundo o si la loca es una.

Canta el violín ahora y su solo me trae recuerdos de mis seres queridos, penas del alma son, amor no correspondido, como el tiempo que deja surcos en la cara.

Solo conozco tu interior, tu exterior, tu corazón hecho de amor grabado en mi alma a fuego como las alas de los gorriones. Tu voluntad férrea, tu inmaculada belleza que es como parecida a Dios.

Facultad de mis amores, yo recorrí tus aulas en mi naciente juventud, plena de deseos de saber, de beber de tu vaso lleno, de ciencia ansiosa y temerosa también… y formé ahí nuevas amistades y escuché el sonido de la música tocada por eminencias, sin otra exigencia que la de asistir a su velada.

Bebí de tu néctar y me embriagué de amor.

Por

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