Por Romina Linares
La cuarentena estricta en la Ciudad de Buenos Aires quedó atrás. De a poco las cosas van cambiando; la visita a algunos amigos se puede dar con los protocolos establecidos, en lugares al aire libre. El saludo inicial, no se sabe si se hace de lejos, con el codo, o demás inventos, para demostrarnos el afecto que sentimos. Muy graciosas son las situaciones que se dan en este primer instante, por lo menos, en lo personal. Es el momento ideal para ponerse al día con las otras personas.
Voy a un ejemplo concreto: con un grupo de amigas decidimos encontrarnos en una confitería del barrio de Belgrano cuando recién empezaban a habilitar este tipo de espacios. La confitería tenía un coqueto jardín, con una correcta disposición de las mesas. Todo muy lindo, hasta que al momento de pedir lo que íbamos a consumir, nos informaron que la carta la debíamos “bajar” con una aplicación que leía el código QR. A bajar la aplicación entonces, y luego, ya podríamos pedir a gusto. Tanto era el tiempo que nos quedamos charlando, que fuimos casi las últimas en irnos. Ya habían prendido las luces y había refrescado. Esas horitas sirvieron para hablar de cosas importantes que nos habían pasado, y que por videollamada no nos habíamos contado. Cosas que se cuentan cara a cara, teniendo cerca al otro.
Encuentros cercanos
De a poco, volvemos a visitar parientes cercanos, con los cuidados extremos, y ni qué hablar si son adultos mayores. Aquellos que nos reclaman ver a sus nietos en persona y no través de una pantalla. Después de tantos meses ya no alcanza con escuchar sólo la voz de los seres queridos, tampoco alcanza la visita de diez minutos en la puerta de una casa. A esta altura la necesidad de lo afectivo urge, se hace necesaria. En la puerta de la casa de mi familia nos esperan con el pulverizador en mano con alcohol para poder ingresar. La desinfección incluye una vuelta completa y la suela del calzado.
Además se dan encuentros casuales y programados en las plazas cercanas, entre los niños. Encuentros con los compañeros de colegio, con vecinos. Por suerte en mi barrio contamos con varias plazas a las cuales concurrir. Padres y niños felices, ya que ellos también extrañaban lo que hacían: hablar de sus cosas, correr, jugar a la mancha, a las escondidas, andar en bicicleta, en monopatín, compartir una merienda sentados en el pasto. Eso sí, previamente, alcohol en las manos y nada de beber del mismo recipiente. Luego de la merienda, nuevamente el tapabocas, puesto para cuidarse y cuidar al otro, y a seguir jugado un rato más. Difícil se hace explicarles a los niños más pequeños, que no pueden ir al sector de juegos, ya que no están desinfectados, y suelen tener que tomarse de barandas, sogas y cadenas, en el caso de las hamacas. Sin embargo, muchos padres habilitan a que ingresen igual al sector infantil, como vi que sucedió días atrás en una plaza vallada.
El punto de vista sociológico
Si pensamos desde el punto de visto sociológico, podemos decir que la persona es un ser sociable, que vive y se desarrolla en sociedad, pero al mismo tiempo actúa con un carácter único. El “yo” y el “nosotros” conviven. Esta convivencia, desde el mes de marzo en nuestro país se vio alterada, modificada, y nos tuvimos que adaptar a la fuerza, acatando medidas dispuestas para nuestro “bien común”. Además, reinventando nuestra forma de trabajo, reorganizando nuestra rutina por completo, aprendiendo nuevas formas de comunicación, apoyándonos en el entorno familiar, y de amigos. Pero sobre todo, hubo un cambio radical en nuestras vidas, en relación al ámbito social, no sólo por tener que postergar reuniones, salidas, viajes, sino por el distanciamiento que implicaba no tener contacto entre padres e hijos, abuelos y nietos, hermanos, sobrinos, con los que uno se visitaba con mucha frecuencia y por los que uno siente un inmenso afecto. Todo para preservarse uno mismo y preservar al otro. Esta situación de aislamiento obligatorio nos cambió la vida. Algunas cosas positivas y muchas otras negativas, nos trajeron aparejado.
Días y días
Ahora, esas horas de disfrute al aire libre y en compañía se pasan volando, pues la charla entre los adultos no cesa y la diversión entre los chicos tampoco. Y así se van intercalando días de contacto social, de clases virtuales, de trabajo por videollamada, de hacer lo que nos gusta en nuestro hogar. Días muy alocados y otros tranquilos, días tan particulares como cada uno de nosotros, que paulatinamente apuntamos a volver a disfrutar de lo social.