Por Raquel Seltzer
Vienen a mi mente recuerdos de mi infancia. De mi abuelita Sara. Cuando yo me dirigía a un consultorio médico me tomaba un colectivo de la línea 41, desde Munro, la localidad del norte del Gran Buenos Aires donde yo vivía con mis padres, mi hermana melliza y mi hermano menor. En esa época -principios de la década del 60-, el 41 tenía su tradicional color celeste. En cambio, desde hace algunos años, e incomprensiblemente, es amarillo. Esta línea me acercaba a la casa de Sara, sita en la calle Alberti 33, en el barrio conocido popularmente como Once, si bien su nombre oficial es Balvanera.
Mi abuela nació en Polonia. Era una persona muy devota; rezaba todos los viernes al caer la noche, cuando comienza el Shabat, el día más importante de la semana para la religión judía. En los días solemnes como lo que tradicionalmente se conoce como Año Nuevo, y Día del Perdón, íbamos a la sinagoga de la calle Paso 423, en el mencionado barrio.
A pocas cuadras, en Alsina y Pichincha, estaba el antiguo Mercado Spinetto, donde ella compraba frutas y verduras con los que preparaba exquisitos manjares. Recuerdo aún a los vendedores, que deberían haber sido caracterizados por pintores como Quinquela Martín o Berni. En el patio de su casa había plantado una parra que cubría todo el techo, de allí recogía las uvas con las que preparaba delicioso vino casero y vinagre.
Con paciencia y amor elaboraba pastas y postres caseros para el almuerzo y la cena. Su desayuno era frugal, consistía en café con leche y una rebanada de pan negro, con dulce de membrillo o queso cremoso. Allí, en pleno Once, recuerdo a mis tíos maternos, José, el mayor -apodado Pepe- y Adolfo, el menor. Mi madre me contaba que ellos jugaban a la pelota en la calle, que eran muy unidos y se defendían mutuamente en aquellas inocentes peleas de chicos. Adolfo fue aprendiz de joyero, y posteriormente, ya siendo adulto, se desempeñó como comerciante del rubro. Pepe tuvo una mercería al por mayor, en Paso 240, donde mi madre también trabajó varios años.
Quiero destacar que mi abuelita Sara fue soprano y de ella mi madre heredé ese don. Me causaba mucha gracia y admiración cuando trataba una y otra vez, de escribir en castellano, ya a edad avanzada, así como antes escribía en idiomas como ruso, polaco, francés e idish. Años después se mudo a la calle Tres Arroyos al 700, en el barrio de La Paternal, frente a la fábrica de chocolate y bombones Arrufat, cuyos exquisitos aromas todavía recuerdo. Entretanto Adolfo se instalo en las cercanías, en Terrada al 1800.En cambio Pepe, permaneció toda su vida en su querido barrio de Once.
Foto: Revista Colectibondi.