Yo Digo

RECUERDOS DE VILLA URQUIZA (III)

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En julio de 2017, volví a pasar por la puerta de aquella casa de la calle Aizpurúa. Habían transcurrido 35 años desde nuestra mudanza y si bien en ese lapso en más de una ocasión anduve por las inmediaciones, no recuerdo haber estado específicamente en la entrada al viejo PH.

El cambio de domicilio había sido inesperado. A fines de 1982 falleció Walther, el marido de mi abuela Gertrudis. Por lo tanto, ella no quiso quedarse sola en el departamento de la Avenida Monroe que compartían. En esta nueva etapa, el plan familiar contemplaba que mi abuela se mudara con nosotros, aunque para ese propósito, lo adecuado era que fuera en una vivienda más amplia que la de Villa Urquiza. El objetivo mudanza se concretó pronto: el próximo destino sería el barrio de Coghlan.

Atrás quedaron los pocos pero muy lindos meses vividos en ese tranquilo rincón de “villurca”, muy cercano al límite con Villa Pueyrredón. Como decía, me parece que jamás había vuelto a cruzar por allí… Hasta que a mediados de 2017, se cristalizó el retorno. Una mañana invernal, estaba de paso por la zona y contaba con unos minutos libres. La decisión no se hizo esperar. Tenía curiosidad por ver la puerta, la cuadra y sus alrededores. No me costó para nada identificar la dirección: Aizpurúa 2342, entre Blanco Encalada y Monreo. Divisé la puerta de inmediato. Estaba pintada de blanco, según creo recordar, el mismo color que 35 años atrás. Pero había un detalle significativo: sobre ella, había un cartel de un agente inmobiliario (foto principal). La casa estaba a la venta. Me quedé con la intriga: en el PH había tres o cuadro viviendas. ¿Intentarían vender la totalidad de la propiedad? No hubiera sido extraño, considerando el alto índice de construcción que Villa Urquiza  y gran cantidad de barrios porteños experimentaron a través de los últimos años.

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No obstante, a lo largo de la cuadra no se veían cambios de importancia a nivel edilicio. Una escenografía de casas bajas y el sereno clima vecinal, marcaban el pulso barrial en aquella mañana de 2017, así como tres décadas atrás. Noté enseguida, eso sí, otra modificación sustancial: el sentido del tránsito vehicular, contrario al de 1982. Resolví ir hacia la cuadra siguiente (entre Blanco Encalada y Olazábal), para ver el lugar en el que se hallaba el único comercio del cual tenía memoria. Pero el viejo almacén, aquel donde hice la primera compra de mi vida sin la compañía de un adulto, ya no estaba. Una hilera de cuatro pequeñas propiedades comerciales conformaba el grupo que incluía el mencionado almacén. No fue fácil identificar de cuál se trataba, pero entendí que era uno que presentaba un aspecto triste en su fachada, habiéndose convertido en un local abandonado y con la persiana baja desde quién sabe cuántos años (foto 2). Del vivero/veterinaria de la vuelta, sobre Olazábal, tampoco quedaban rastros. Había sido reemplazado por un negocio de otro rubro.

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Me dirigí hacia Constituyentes, la gran Avenida de la zona, paralela y consecutiva a Aizpurúa. Llegué hasta la esquina con Monroe, donde se levantaba el local de Raccone Propiedades, una inmobiliaria de renombre en Urquiza y aledaños, la misma que intervino en las mudanzas de mi familia de aquella época. La firma todavía existía, pro el paso del tiempo le había cercenado un pedazo al que era un amplio negocio, del que sólo seguía en pie la mitad. La parte “amputada” ahora era un predio vacío, cercado por un alambrado y en cuyo interior creía abundante vegetación (foto 3).

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A escasos metros de este sitio que tantos recuerdos me generaba, se hallaba el paso a nivel del Ferrocarril Mitre, que como tantos de su especie, era motivo del malhumor de automovilistas, taxistas, etc., que aguardaban su apertura. Tampoco había señales de la antigua barrera. En su lugar, como símbolo del transcurso del tiempo, un moderno viaducto (foto 4), permitía el rápido pasaje hacia el lado opuesto de Constituyentes.

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