A principios de 1982, mis tíos Inés y Moisés, y mi prima Pupi, se mudaron de La Paternal a Villa Urquiza. Por ende, también yo, que pasaba gran parte del día con ellos, viví muchos momentos en aquella casa de un PH ubicada en Aizpurúa 2342, entre Monroe y Blanco Encalada.
Un largo pasillo comunicaba a tres viviendas, de las cuales, ésta era la segunda. Tenía un pequeño patio central, descubierto, que cumplía la función de comedor cuando el clima así lo permitía. Estaba rodeado por dos ambientes (un dormitorio y un living-comedor), cocina y baño. En el patio también comenzaba una escalera que conducía a un primer piso, donde había otra pieza –la de Pupi y mía- y la terraza. En síntesis, una vieja casa, a la que se le introdujeron unas cuantas refacciones para convertirla en un cómodo hogar, que mucho disfruté durante el corto tiempo –aproximadamente un año- en el que mi familia moró allí.
En época escolar, el movimiento logístico de la familia era similar al que teníamos en La Paternal. Yo dormía con mi papá en nuestro departamento de Colegiales. Por las mañanas, él me llevaba al colegio de Espinoza entre Álvarez Jonte y Trelles (La Paternal) en su Renault 6 de color turquesa. En el República del Ecuador, cursaba el doble turno. A la salida, mi papá dejaba por unas horas su negocio de ropa de la Avenida Federico Lacroze, me buscaba de la escuela, y me llevaba hasta Villa Urquiza. Luego regresaba al trabajo y cuando cerraba el local, a la noche, nuevamente hacía el trayecto hasta la casa de la calle Aizpurúa. Cenábamos todos juntos y volvíamos a Colegiales. A la mañana siguiente, se repetía la rutina.
La gran diferencia con años anteriores, era que a la salida del colegio, por una cuestión de lejanía, ya no podía buscarme mi tía Inés y mi papá Alfredo –su hermano- debía efectuar la travesía, uniendo los tres barrios (Colegiales-La Paternal-Villa Urquiza) para que yo pudiera cumplir normalmente con mi etapa escolar. En ese momento, cursaba el quinto grado de la primaria. A mis diez años, todavía no viajaba sólo en transporte público. Para ir de la escuela a casa, hubiera necesitado tomar dos colectivos, algo que aún no estaba en mis planes ni en los de mis seres queridos.
A la salida de la escuela, mi papá tomaba: Avenida San Martín, Chorroarín, De los Constituyentes, Olazábal y Aizpurúa. Un camino bastante directo, de unos veinte minutos de duración, a no ser que estuviera cerrada –un hecho bastante frecuente, por cierto- la vieja barrera de Chorroarín, que recién sería suplantada por el túnel unos 18 años más tarde. En relación a este paso a nivel, guardo borrosos recuerdos de las incomodas demoras que seguramente padecían los que se trasladaban tanto en vehículos particulares, como los pasajeros de los colectivos y taxis que atravesaban la zona.
A esta edad ya me causaba particular atracción, descubrir rincones inexplorados de la Ciudad de Buenos Aires. Por eso, le pedía a mi papá que en lugar de seguir derecho por Constituyentes, dobláramos a la derecha por Burela, para internarnos en un sector de Parque Chas, que no es el de las calles circulares sino otro sitio del barrio de aspecto muy bello, tranquilo y manzanas no tradicionales. Todo esto, tanto el recorrido, como el formato de la zona, lo tenía “estudiado” en mi plano de la Guía Peuser. Gracias a los viajes con mi papá, lograba visualizar en vivo, lo que en mi mente había estado representado por el mapa porteño de características desplegables, color amarillo, e inevitables roturas sufridas a medida que se sucedían las consultas.
Por Burela, salíamos en forma recta, prácticamente hacia nuestro destino final.