En estas horas difíciles, en que cunde la desesperanza y el temor de perderlo todo, quiero dar gracias a Dios por todo lo que me da, por todo lo que descubro cada día, como el amor de mi familia, por la compañía y lealtad de mis amigas y por la esperanza que la fe en Él provoca en mi alma.
Hoy es un lindo día, cuando el verano comienza a despedirse con sus cálidas caricias, y la leve brisa nos recuerda que el hermoso otoño se acerca. Ayer vi los gorriones a flor de tierra, desplazándose alegremente sobre el empedrado gris de esta hermosa Buenos Aires, y mientras contemplaba el cielo tras el amplio ventanal de mi cuarto, pensaba cuán agradecida estoy a Dios por estar viva y poder disfrutar la belleza de las pequeñas cosas.
Si pudiera contemplar el firmamento, si pudiera recostarme en la gramilla, si pudiera amarte como entonces, si pudiera mirarte a los ojos tímidamente, si pudiera cantar como un ruiseñor, si pudiera vivir de nuevo, no cambiaría nada porque te amaría igual que siempre.
Hermosa bohemia estudiantil, jalonada de sueños que el tiempo trocó en realidad esperanzada, nutrida de colores maravillosos, recuerdos de noches de insomnio y esfuerzos, pero plenas de alegría.
Felicidad, te atrapo y te busco constantemente, mientras huyes como la luz del día, hacia el crepúsculo. Hoy siento alegría de vivir plenamente este grato día en que me pongo más anciana y más sabia, pero también más indefensa, como un niño recién nacido o un tímido púber descubriendo un nuevo mundo. Felicidad, ¿en qué consistes? Me lo pregunto diariamente. Quizás en poder mirar un atardecer, en contemplar como sale el arco iris después de la lluvia y en tener el cariño de los seres amados.
Dulce esperanza la del retoño que se lleva en el vientre, que se cuida desde la concepción hasta el nacimiento, y durante una vida entera disfrutando y sufriendo al unísono; alegrándose con sus vivencias a pesar de todos los contratiempos, cuidándolo como se cuidan las plantas que embellecen el jardín.
Raquel Seltzer