Por Raquel Seltzer.
Está por comenzar diciembre. Ya nos deja este 2020, año del cual nunca nos imaginamos lo que depararía a partir de aquel 20 de marzo. Este mes nos trae la llegada de la Navidad y el Año Nuevo. En mi familia judía, celebramos Januca, recordando a los Macabeos, cuya gesta por la independencia israelita se desarrolló entre los años 167 y 160 A.C.
Así y todo, cuando mi amiga de la infancia, Gloria, me invitó a su casa a compartir la Nochebuena, la emoción me invadió. No puedo olvidar aquellas reuniones. Con nostalgia vuelvo a la niñez, a mi colegio primario de Munro, y a la adolescencia, que en gran parte transcurrió en el Comercial 7 de Belgrano, en Monroe 3061, a pocas cuadras del Hospital Pirovano y frente al colegio primario Pablo Pizzurno, homenaje al educador argentino, que sentó los fundamentos del sistema nacional de educación primaria. Como paradoja del destino, en dicha escuela cursó la primaria mi hijo Eduardo.
Yo ya vivía en Olivos y junto con mi hermana melliza Elisabet, tomábamos el 60 hasta Cabildo y Monroe. Y de allí, caminábamos hasta el colegio. También en Belgrano cursó sus estudios mi hermano menor Daniel. Iba a la escuela técnica electrónica de Olázabal y Cuba, el República Francesca, pero popularmente, conocido como “el Cuba”.
Al terminar la secundaria ingresé a la Facultad de Derecho de la Universidad de La Plata, por recomendación de mi padre. Tomaba el colectivo de la Línea 60 hasta Constitución y luego el Ferrocarril Roca. Aprovechaba el largo viaje para estudiar y repasar mis apuntes. Después de dos años, decidí volver a cursar mis estudios en Buenos Aires. Pedí el pase a la Facultad de Derecho de la UBA, situada en la Avenida Figueroa Alcorta y Pueyrredón a la cual me trasladaba con el 130.
Por aquellos años empecé a estudiar en bares y confiterías, entre ellos, Las Artes, frente a la Facultad y junto al Museo de Bellas Artes. Concurría asiduamente, con una compañera oriunda de la provincia de Salta, Ester, a Tobas y Alabama. Ambas eran confiterías de la zona de Córdoba y Pueyrredón. Con mi hermana íbamos al icónico bar La Paz, en la esquina de la Avenida Corrientes y Montevideo, inaugurado en 1944.
Por las cuadras de Corrientes recorríamos las librerías donde vendían ejemplares usados, hasta altas horas de la noche, haciendo honor al dicho sobre ella: Corrientes, la calle que nunca duerme. En otras ocasiones disfruté de hermosas veladas en el tradicional Café Tortoni, de la Avenida de Mayo al 800, el más antiguo de la ciudad de Buenos Aires -fundado en 1858- y en la inolvidable confitería Richmond, de Florida 468 -fundada en 1917-, la cual lamentablemente cerró sus puertas en 2011.
En Belgrano solía ir al Modern Saloon, de Cabildo y Echeverría, y en Núñez, a la confitería Cristal, en la esquina de Cabildo y Republiquetas (actual Crisólogo Larralde). Ya en salidas nocturnas conocí en San Telmo al Bar Unión, y El Viejo Almacén, donde había recitales musicales de diversos artistas.
Foto: el histórico Café Tortoni.